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Europa puede ayudarnos a salvar la Amazonía

Publicado en: Le Monde

En agosto del año pasado, mientras los incendios forestales azotaban la Amazonía brasileña, el presidente Emmanuel Macron dijo “nuestra casa está en llamas” y advirtió que “en estas condiciones”, Francia no apoyaría un acuerdo comercial preliminar entre la Unión Europea y el Mercosur, que incluía compromisos contra la deforestación. 

En la actualidad, la situación en la Amazonía no ha hecho más que agravarse, especialmente para nuestras comunidades indígenas que encabezan las iniciativas en defensa de esta selva tropical. Se estima que los incendios se reiniciarán pronto, y que pueden ser peores que los del año pasado, en un contexto de devastación por efecto de la pandemia de Covid-19, que asola comunidades de todo el Amazonas y de Brasil en general. 

Un incendio en la Amazonía cerca de Porto Velho, estado de Rondonia, Brasil. © REUTERS/Bruno Kelly 2019

Ahora más que nunca, necesitamos que los líderes europeos alcen sus voces para hacer valer los compromisos por un medioambiente saludable, como lo hizo Macron el 29 de junio, cuando reiteró sus dudas sobre el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur. Sin embargo, para realmente hacer presión de forma efectiva, deben ser más claros con respecto a qué es exactamente lo que Brasil debe hacer para disipar las dudas que existen sobre el compromiso de ese país a contrarrestar el cambio climático. 

En el pasado, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha rechazado con desdén las críticas formuladas por Macron y otros líderes europeos y las ha calificado de una afrenta a la soberanía brasileña. Sin embargo, el presidente no habla en nombre de la gran cantidad de brasileños indígenas y no indígenas que, durante años, han estado luchando por preservar nuestra Amazonía. 

Brasil fue una vez líder mundial en conservación forestal. Entre 2004 y 2012, logramos una reducción del 80 % en la deforestación. Sin embargo, después de 2012, los recortes presupuestarios y las políticas equivocadas debilitaron a las instituciones gubernamentales encargadas de aplicar nuestras leyes ambientales, y la deforestación volvió a aumentar. 

Este rebote ha sido impulsado por violentas redes criminales de las que el gobierno de Bolsonaro, vergonzosamente, no nos ha protegido, como es su deber. En un informe de 2019 elaborado por Human Rights Watch se evidenció que las mafias locales amenazan, atacan y asesinan a agentes gubernamentales encargados de aplicar normas ambientales, miembros de comunidades indígenas y otros habitantes de la Amazonía que se interponen en su camino. Son pocos los casos en los que los asesinos son llevados ante la justicia.

En realidad, el verdadero conflicto respecto al futuro de la Amazonía no es entre la soberanía brasileña y el ambientalismo europeo. Es, más bien, entre las mafias delictivas que devastan esta selva tropical y los brasileños que respetan la ley e intentan detenerlas. 

En la práctica, Bolsonaro se ha puesto del lado de las mafias. Bolsonaro ha saboteado a los organismos ambientales de Brasil, que ya estaban debilitados, y ha buscado marginalizar a los grupos ambientalistas. Hace poco circuló una grabación de su ministro de Medioambiente en el que lo instaba a seguir desregulando la política ambiental mientras los medios están distraídos con la pandemia. 

No es ninguna sorpresa que la deforestación haya aumentado más del 80 % el año pasado —de acuerdo con datos basados en alertas en tiempo real del Instituto de Investigaciones Espaciales de Brasil—y que continúe en ascenso este año. Tampoco sorprende que las amenazas contra los que defienden la Amazonía hayan continuado, al igual que la usurpación de territorios indígenas por parte de actividades mineras, de tala y otros intrusos que se sienten alentados por las políticas anti-ambientales de Bolsonaro.

Los científicos sostienen que la deforestación indiscriminada está llevando la Amazonía rápidamente hacia un “punto de inflexión” irreversible, en el cual dejará de actuar como “sumidero de carbono” y empezará a liberar volúmenes masivos de carbono almacenado. El resultado agravará la crisis climática que amenaza tanto a europeos como brasileños. 

El acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur, concertado a principios de junio de este año, incluye compromisos de combatir la deforestación y cumplir con lo establecido en el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático. ¿Qué sentido tendría para la Unión Europea ratificar el acuerdo cuando Bolsonaro está demostrando activamente que no tiene la intención de cumplir con uno de sus elementos, al realizar acciones deliberadas para desarmar la capacidad de Brasil de cumplir con estas disposiciones y acelerar la llegada de ese “punto de inflexión”, en el cual el cumplimiento ya no sería posible?

En lugar de eso, la Unión Europea debería comunicarle a Bolsonaro, de manera clara y categórica, que la ratificación no puede considerarse hasta que Brasil haya demostrado estar preparado para cumplir con sus compromisos ambientales. Para evaluar si efectivamente el país está preparado, debería establecer parámetros claros, basados en resultados concretos y no en planes ni propuestas.

Estos parámetros deberían abordar el nexo entre dos problemas que son centrales a la crisis: la violencia y la deforestación. 

El primer parámetro a considerar es que haya avances sustanciales para poner fin a la impunidad por la violencia contra los defensores de la Amazonía, medidos en función de la cantidad de casos investigados, procesados y llevados a juicio. 

El segundo parámetro es una reducción en las tasas de deforestación que sea suficiente para que el país vuelva a encaminarse hacia el cumplimiento de sus propios objetivos en virtud del Acuerdo de París. 

Bolsonaro no ha manifestado interés en aquello que los brasileños como nosotros —en comunidades indígenas y en la sociedad civil—tenemos para decir. No ha demostrado que le preocupen el futuro de nuestra selva tropical ni el cambio climático. Sin embargo, a él y a su administración sí les importa el acuerdo comercial. Esto presenta una oportunidad para influenciarlos. Si Francia y la Unión Europea aprovechan esta oportunidad acertadamente, podrían ayudarnos a proteger nuestros territorios indígenas y salvar nuestra Amazonía.

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